Las reuniones en tiempos de pandemia. La videoconferencia.

Nunca he sido un gran fan de las videoconferencias. La tecnología existe, está bien y te permite realizar las actividades pero hay una lejanía casi irremediable que no termina de gustarme.
Sin embargo, mi vida transcurre entre reuniones. Y hay un número de ellas que ya se venían celebrando por este sistema. No me gustan, pero comprendo que si alguien puede evitarse un viaje (por ahorro -esto incluye los ODS que casi hemos olvidado estos días-, por evitar riesgos de los desplazamientos y por muchos otros motivos) bienvenido sea el sistema.
También tenía sus ventajas: uno puede estar en una reunión que no le interesa demasiado, prestando la atención justa (esto es: no mucha).
De pronto, en estos días que llevamos de encierro, las videoconferencias se han convertido en el 'nuevo normal', y ahí estamos.
Cuando tiene que haber una videoconferencia, lo primero es acordar el sistema. Normalmente el que convoca la reunión propone un sistema y los demás nos adaptamos. Es cierto que unos sistemas son más sencillos y otros más exigentes, pero afortunadamente casi todos funcionan en casi todos los sistemas (ya pasaron los tiempos en los que para hacer algo tenías que tener la versión x del sistema y con el navegador z -vale, con la excepción de la administración del estado y algunas otras y el lío de los certificados digitales, pero no estamos hablando de eso-).
El consejo es probar antes, si se puede, para tratar de estar seguros de que todo irá bien.
Como siempre decimos, casi siempre vale la pena conocer bien las herramientas que vamos a utilizar.
Todo esto es muy general porque a la hora de la verdad, igual la WiFi no llega del todo bien a la habitación que hemos elegido, o la cámara no es siempre todo lo buena que debería -o la iluminación-, el micro introduce ruido de fondo... Y, claro, estamos todos en casa donde viven otros seres humanos (o casi) que tienen sus costumbres, sus ruidos y toda clase de actividades que pueden interferir.
También nos podemos encontrar con que tenemos que utilizar uno de los computadores que hay en la casa y que, amigo, resulta que es el que usa normalmente nuestra pareja; configurado para su gusto y preferencias, con sus cuentas activadas con lo que podemos terminar apareciendo en algún sitio con un identificador confuso; mientras nos llegan sus notificaciones, nos cuentan algo sus contactos, ...
Yo al final he optado por utilizar una tablet que puedo llevar por aquí y por allá (mejora de cobertura, menos ruido, más luz, ...) y unos auriculares con micrófono. Esto lo descubrí ya hace algún tiempo, puede que lo haya dicho aquí: otra de las cosas que hago con frecuencia es hablar con teléfono. Utilizar unos auriculares para hacer una llamada con nuestro teléfono móvil cambia completamente la dimensión de la conversación, pruébenlo.
En todo este lío, finalmente, también aparece la seguridad y la intimidad. Dejando de lado que utilizando un sistema que no es nuestro podemos terminar viendo (o dejando ver a otros) información que no era nuestra, podemos tener otras consecuencias. Si cada vez usamos un sistema diferente no le prestamos mucha atención a lo que eso pueda significar: ¿hay que registrarse? ¿accederá a información de nuestro entorno? ¿Todos los sistemas tratarán mis datos como deberían?
Los primeros días, nos poníamos camisa y todo, pero ya nos vamos relajando. No estamos en casa en pijama, ni de ninguna forma que sea poco adecuada, así que allí vamos, como estemos.
Y otros aspectos relacionados con lo que ven mis contertulios: en el trabajo, ven mi oficina, que también puede tener su parte delicada. Pero en casa, nos ven a nosotros y a nuestro entorno. Algunos sistemas permiten difuminar el fondo, y otros no, debemos prestar atención (un poco) a lo que mostramos de nosotros mismos.
Por cierto que la videoconferencia nos hace ser conscientes de nuestra propia imagen: nos vemos allí, con el pelo cada vez más largo (¿se acuerdan de lo que nos reímos cuando el gobierno dijo que permanecieran abiertas las peluquerías?). También perdemos la consciencia de que estamos con una cámara delante y nuestros gestos en primer plano (para alguien, tal vez). En una reunión presencial vemos cuando nos miran, aquí no.
Al final, también hay que evitar volverse locos: hay gente que como se puede grabar, piensa en grabar las reuniones (en serio, ¿es necesario?). Incluso nos deberíamos preguntar: ¿esta videoconferencia es necesaria? A lo mejor era suficiente con un documento compartido, un par de correos, una llamada...
Es cierto que en estos días estamos encerrados, siempre con la misma gente y verse con otra gente viene bien. No sé.
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2020-03-25
19:47
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